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miércoles, 30 de noviembre de 2011

Oracle of the rain Chardonnay 2009



Farmer’s Winery 
Oracle of the rain 
Chardonnay 2009 
14% Grad. Alc. 
Stellenbosch, Western Cape, Sudáfrica.

Después de la muy agradable experiencia con el L’avenir sudafricano, miramos con otros ojos a los ejemplares de ese país. Así nos deparamos con este “Oracle of the rain” (los hay “… of the sun” y “…of the wind”, variando el nombre y el arte en la etiqueta para cada cepa) a un precio muy accesible (RS 25) considerando que los vinos del otro lado del charco son excesivamente caros en comparación a lo que se encuentra fuera de las fronteras brasileñas, o en algún duty free. Tal hecho hace dudar al momento de hacerte de una botella, y, en casos como este la sorpresa se torna en felicidad al presenciar cuán bien acompañó un espagueti al pesto que en Lima lo preparaba con espinaca y albahaca, y al no encontrar el segundo ingrediente aquí, lo sustituí por manjericão: quedó mucho mejor, esta hierba es más aromática.

Al vino: cromáticamente agradable, de un amarillo más pronunciado (en comparación al chardonnay brasileño anterior), forma efímeras lágrimas. De un olor muy afrutado; hay un toque de vainilla ahí. En la boca nuevamente lo afrutado destaca; de una equilibrada acidez, no es agresivo; hay un toque dulzón muy rápido que no es percibido en la segunda copa; no se percibe alcohólico. Aunque de corto final –a pesar de sus 14% de Grad. Alc.- no opaca la agradable sorpresa que llegó a ser.

No será memorable –como su compatriota bebido días atrás- pero cumplió perfectamente en una cena en una noche cualquiera.

sábado, 26 de noviembre de 2011

El cuarto oscuro, Junnosuke Yoshiyuki




Título original : 暗室 - Anshitsu
Título en portugués : O quarto escuro
Año de publicación : 1969
Editor : Editora Brasiliense
Año de esta edición : 1988
Traducción : Fernando S. Vugman


Luego de tener la satisfacción de encontrar y disfrutar a Shusaku Endo, tuve la suerte de descubrir el libro de esta entrada, obra de Junnosuke Yoshiyuki (Okayama, 1924 – 1994), otro escritor nipón del que ignoraba de su existencia.

Aquí, Shuichi Nakata, un escritor cuarentón y viudo, acostumbra hacerse de la compañía de diversas prostitutas, más jóvenes que él, con las que inicialmente satisface sus deseos primarios, pero que, sin proponérselo, irá relacionándose con algunas de ellas, como es el caso de Maki y Natsue, con las que desarrollará no sólo intensas sesiones de sexo -donde descubrirán la práctica del sado masoquismo- sino también profundos y sabrosos diálogos sobre aborto, lesbianismo, y relacionamiento de parejas.

Si bien la historia de Yoshiyuki centra en esto la trama de su obra, también encontramos aquel recelo de Nakata sobre la muerte de su mujer, Keiko. Él se aferra a lo del accidente automovilístico, motivo de la tragedia, pero cuando reaparece en su vida un antiguo colega, Toru Tsunoki, escritor de éxito en su juventud, con quien había dirigido una revista literaria, nuestro personaje principal tendrá un indicio de que su otrora colega era amante de su mujer, considerando por momentos este posible hecho el motivo de un probable suicidio. Esta es una historia obscura e inconclusa que el autor la deja en el aura de la sospecha y es el motivo principal para que Nakata busque un cable a tierra en los encuentros furtivos con las diversas prostitutas que irá encontrando en su camino.

Me pregunto si en Japón los psicoanalistas tendrán éxito. No recuerdo que alguien me haya comentado ir a alguno. Pero sí, es una práctica muy común el acudir a los “sunakku” (se pronuncia “sunako”), los “snack-bar” ponjas donde la gran mayoría va para buscar compañía de mujeres, muchas veces ni para hacer sexo –generalmente si son japoneses; ya algunos latinos hasta llegaban a tener problemas con la yakuza por no regresarla a la hora indicada - , y sí para conversar, embriagarse, tomarse fotos al lado de sus muy poblados órganos genitales –si son japonesas; las latinas y europeas son bien afeitaditas- y mostrarlas en la fábrica a los colegas del trabajo al día siguiente: es así como generalmente realizan sus catarsis. Déjà vú. Mejor regreso al libro.



Debe tener algo de autobiográfico; pasa esa impresión. En ningún momento la prosa de Yoshiyuki es vulgar, ni en las escenas sadomasoquistas donde las descripciones son muy gráficas; consigue mantener una cadencia que no transborda la estética de la cual el autor hace gala en la elaboración de su historia.

Esta obra se llevó el Premio Tanizaki de 1970.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Santa Colina Estilo, Chardonnay 2009



Vinícola Aliança; Santa Colina, Estilo; Chardonnay 2009; 13% Grad. Alc; Paralelo 31°, Santana do Livramento, Rio Grande do Sul, Brasil.

Allá, bien al sur de este enorme país, en la frontera con Uruguay, está ubicado el municipio de Santana do Livramento, irónicamente a una distancia más cercana a la capital de su vecino (Montevideo) que a la capital de su propio estado, Porto Alegre. Y es quizá esta cercanía que hace de los viñedos de esta casa reciban las bondades del clima, muy diferente del típico ambiente tropical que caracteriza al Brasil.

Resaltan en la etiqueta lo del “Paralelo 31”, queriendo resaltar sobre aquella máxima que indica que las zonas apropiadas para el cultivo de las diversas uvas se dan, en el hemisferio norte entre el paralelo 30º y 50º, y en el hemisferio sur entre los paralelos 30º y 40º. Esto es algo así como una ley, lo más recomendable, aunque aquí en Brasil ya producen vino aquí en el Paraná y en Pernambuco, este último lugar bien al norte del país, fuera de estos límites; y Perú en su totalidad está también fuera de esas zonas y se produce vino hace mucho tiempo; México también produce vino hace mucho y creo que también tienen zonas más al sur del Paralelo 30º Norte. Sobre esto hay mucho por abordar, sólo quería aclarar a qué se refería con eso del “Paralelo 31º” en la contra-etiqueta.

Este vino es una gran sorpresa. Nunca antes lo habíamos visto, y debo confesar que lo que atrajo la atención fue el diseño de la xilografía que adorna la etiqueta. A diferencia de un libro, en donde hacerse de uno por la portada no es lo más recomendable, en un vino me atrae la idea de mezclar dos artes: la pintura (en este caso una xilografía), y el vino.

En Brasil esto no es una novedad: una de las líneas de la Vinícola Salton lleva el nombre del pintor ítalo-brasileño Alfredo Volpi: la línea de vinos Salton Volpi, cuyas diversas pinturas conforman la etiqueta de la gama de vinos en dicha línea.

Aquí son obras de cuatro diferentes artistas para las cuatro cepas que conforman la línea Estilo de Santa Colina, todos al parecer artistas del mismo estado al que pertenece esta bodega: Rio Grande do Sul; bacán la iniciativa.

Así, la obra “Abajour”, donde una pareja de amantes están envueltos bajo una tenue luz, de la artista plástica Arlete Cousandier Santarosa (Bento Gonçalves, Rio Grande do Sul, 1945) engalana las botellas del chardonnay de esta casa.




El vino: como dije al principio, sorprendió. Es de un amarillo concentrado, con burbujas pequeñitas que se ubican en la base de la copa, de tenues lágrimas, parece tener mediana corpulencia. Nariz: inicialmente es muy oloroso, a piña, manzanas verdes, aroma cítrico, muy agradable. Ya en la segunda copa no hay esa explosión aromática del inicio. Boca: es afrutado, piña, lima, manzana verde de nuevo, es cítrico, refrescante, de una agradable acidez, y un leve toque de amargor al final. Lo impresionante es el precio: RS 14,80, con una excelente relación precio calidad.

Una muy agradable sorpresa.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Cuentos completos, Edgardo Rivera Martínez




Editora : Alfaguara
Año de publicación y de esta edición : 1999


No soy muy allegado a las antologías, salvo algunas excepciones en donde es muy difícil encontrar las obras originales, sobre todo si no han ganado nuevas ediciones; este es una de esas ocasiones, y sirve para saber cuánto me he perdido todo este tiempo; recordar haber visto en diversas ferias del libro obras de este autor y haber pasado recto; craso error.

Los 38 relatos son aquí segmentados de acuerdo al lugar donde están ambientados, así, los que se desarrollan en el mundo andino son los primeros en aparecer bajo el nombre del relato “Ángel de Ocongate”, aquel que ganó el premio “El cuento de las mil palabras” de la revista Caretas, edición de 1982. Luego están los que se desarrollan en Lima, y finalmente tres relatos de escenario indeterminado. Lo interesante de esta antología es que recoge varios textos publicados en diarios y revistas y uno que era inédito hasta aquella fecha.

El cuento que da inicio a este gran libro es el que fue premiado en 1982, “Ángel de Ocongate”, donde estamos ante el dramático parlamento del personaje principal, quien pareciera intentar encontrar en nosotros, los lectores, una persona de confianza con quien compartir su duda y temor. Desde aquí ya se puede ver aquello que se irá encontrando en algunos de los posteriores relatos: aquella sensación de ingresar a la historia ya comenzada, y, al finalizar los textos con esos puntos suspensivos, pareciera dejarlo todo en el aire, como en un perpetuo continuar. Esto está presente también en “Cantar de Misael”; en “Puente de La Mejorada”; “Marayrasu”; “El unicornio”; “El paleógrafo y la tesis”. En el penúltimo relato, de corte fantástico, resalta otra característica más notoria en la narrativa del escritor jaujino: la mixtura de las culturas andina y europea, como el encontrar un unicornio en medio de los andes. Este hecho es tan singular y alucinante como encontrar “La Capilla de Cristo Pobre”, una capilla gótica con arcos ojivales, similar a la “Sainte Chapelle” de Notre Dame en plena ciudad de Jauja, ciudad natal del escritor: si en la realidad, al pasear por Jauja te deparas con aquella capilla, ¿por qué no un unicornio en plena cordillera andina? Ya en el último relato mencionado está presente la viveza de un viejo profesor en sacar partido del alumno a quien irá a asesorar utilizándolo para incrementar su sagrada biblioteca. Relato con un peculiar sentido del humor.

Cuentos como “Amaru” y “Arácnida” parecen poemas en prosa y “Una flor en La Buena Muerte”, “A lo mejor soy Julio” y “Enigma del árbol” captan intensamente la atención por el misterio que las historias guardan, el último relato desde el título.

Tras leer esta compilación de toda la producción cuentística –hasta la fecha de la presente edición– puedo arriesgar en decir que luego de Vargas Llosa, Rivera Martínez (Jauja, 1933) es probablemente, el mejor escritor peruano vivo, y aunque soy hincha de Bryce Echenique, y reconozca que me falte leer a Alonso Cueto e Iván Thays, el leer este libro deja ese mismo disfrute que se tiene después de concluir alguna obra de José María Arguedas o Julio Ramón Ribeyro; no es exagero. Por estas dos semanas me sentí de nuevo en mi Lima con cielo color panza de burro y su casi microscópica y densa garúa, y rememorar la sierra, con su gente de trato amable, iglesias de increíbles arquitecturas que hasta un ateo no resiste a admirarlas, enmarcadas en hermosos paisajes. Este libro me regresó al Perú.


El autor recibiendo de MVLL el premio de la revista Caretas.

Ángel de Ocongate

Quién soy sino apagada sombra en el atrio de una capilla en ruinas, en medio de una puna inmensa. Por instantes silba el viento, pero después todo regresa a la quietud. Hora incierta, gris, al pie de ese agrietado imafronte. En ella resulta más ansioso y febril mi soliloquio. Y aún más extraña mi figura -ave, ave negra, que inmóvil habla y reflexiona. Esclavina de paño y seda sobre los hombros, tan gastada y, sin embargo, espléndida. Sombrero de raído plumaje y jubón, camisa de lienzo y blondas. Exornado tahalí. Todo en harapos y tan absurdo. ¿Cómo no habían de asombrarse los que por primera vez me veían? ¿Cómo no iban a pensar en un danzante extraviado en la meseta? Decían, en la lengua de sus ayllus: “¿Quién será? ¿De qué baile será esa ropa? ¿Dónde habrá danzado?” Y los que se topaban conmigo me preguntaban: “¿Cómo te llamas? ¿Cuál es tu pueblo?” Y como yo callaba y notaban el raro fulgor de mis pupilas, y mi abstraimiento, mi melancolía, acabaron por considerar que había perdido el juicio a la vez que la memoria, quizás por el frenesí mismo de la danza en que había participado. Y comentaban: “Pobre, no recuerda ya a su padre ni a su madre, ni la tierra donde vino al mundo. Y nadie, tal vez, lo busca...” Las ancianas se santiguaban al verme. Y las muchachas se lamentaban: “Joven y hermoso es, y tan triste...” Y así, por obra de esa supuesta insania, y de mi apariencia y mi gravedad, aumentó la sensación de extrañeza que mi presencia provocaba. Una sensación tan intensa que por fuerza excluía toda posibilidad de burla. Hubo incluso pastores que, movidos por un respeto mágico, ponían a mi alcance bolsitas de coca en calidad de ofrenda. Y como nadie me escuchó hablar nunca, ni siquiera un monosílabo, se concluyó que también había perdido el uso de la palabra. Pensamiento comprensible, pues sólo a mí mismo me dirijo, en un discurso que no se traduce en el más leve movimiento de los labios. Sólo a mí, en una fluencia silenciosa, pues una tenaz resistencia interna me impide toda forma de comunicación con los demás, y con mayor razón, todo diálogo. Y así es mejor, sin duda. Sea como fuere, esa imagen de forastero enajenado y mudo, que se difundió con rapidez, redundó en beneficio de mi libertad, porque no ha habido gobernadores ni varayocs que me detuvieran por deambular como lo hago. Compartían más bien esa mezcla de sorpresa, temor y compasión que experimentaban frente a mí sus paisanos. En unos y otros pesaban, además, creencias ancestrales, por cuya causa mi “locura” adquiría un rango casi sobrenatural. ¡Mi demencia! No me ha incomodado, en ningún momento, el rumor que al respecto se expandió, pero de cuando en cuando me asaltaba la duda. ¿Y si era verdad aquello? ¿Si realmente fui alguna vez un danzante y lo olvidé todo? ¿Si tuve en otro tiempo un nombre, una casa, una familia? Inquieto, me acercaba a las fuentes y me contemplaba. Tan cetrino mi rostro y velado siempre por un halo fúnebre. Idéntico siempre a sí mismo, en su adustez, en su hermetismo. Me observaba, y se afirmaba en mí la seguridad de que jamás había desvariado, y de que jamás tampoco fui bailante. Certeza intuitiva, solamente, pero no por ello menos vigorosa. Pero entonces, si nunca se extravió mi espíritu, ¿cómo entender la taciturna corriente que me absorbe y me aísla? ¿Cómo explicar este atavío y la obstinación con que a él me aferro? ¿Por qué mi desazón a la vista del lago? No, no podía responder a estas preguntas, y era en vano asimismo buscar una justificación para unas manos tan blancas y un hablar que no es de misti ni de campesino. Y más inútil aún tratar de contestar a la interrogación fundamental: ¿quién soy, entonces? Era como si en un punto indeterminable del pasado hubiese surgido yo de la nada, vestido ya como estoy, y balbuceando, angustiándome. Errante ya, y ajeno a juventud, amor, familia. Encerrado en mí mismo y sin acordarme de un principio ni avizorar una meta. Iba, pues, por los caminos y los páramos, sin dormir ni un momento ni hacer alto por más de un día. Absorto siempre en mi callado monólogo, aunque me acercase a ayudar a un anciano bajo la lluvia, a una mujer con sus pequeños, a un pongo moribundo en una pampa desolada. Concurría a los pueblos en fiesta, y escuchaba con temerosa esperanza la música de las quenas y los sicuris, y miraba una tras de otra las cuadrillas, sobre todo las que venían de muy lejos, y en especial las de Copacabana, de Oruro, de Zepita, de Combapata. Me conmovían sus interpretaciones, mas no reconocí jamás una melodía ni hallé una vestimenta que se asemejara a la mía.

Transcurrieron así los años, y todo habría continuado de esa manera si el azar —¿el azar, en verdad?— no me hubiera llevado, al cabo de ese andar sin rumbo, al tambo de Raurac. No había nadie sino un hombre viejo que descansaba y me miró con atención. Me habló de pronto y dijo en un quechua que me pareció muy antiguo: “Eres el bailante sin memoria. Eres él, y hace mucho tiempo que caminas. Anda a la capilla de la Santa Cruz, en la pampa de Ocongate. ¡Anda y mira!”. Tomé nota de su consejo y de su insistencia, y a la mañana siguiente, muy temprano, me puse en marcha. Y así, después de tres jornadas, llegué a este santuario abandonado, del que apenas si quedan la fachada y los pilares. Subí al atrio y a poco mis ojos se posaron en el friso, bajo esos arcos adosados. Y allí, en la losa quebrada otrora por un rayo, hay cuatro figuras en relieve. Cuatro figuras de danzantes. Visten esclavina, jubón, sombrero de plumas, tahalí. Imágenes no de santos sino de ángeles, como los que aparecen en los cuadros de Pomata y del Cuzco. Son cuatro, mas el último fue donde golpeó la centella, y sólo quedan su silueta, e impresas unas líneas de las alas y el plumaje. Cuatro ángeles, sobre una floración de hojas, frutos y arabescos de piedra. ¿Qué baile es el que danzan? ¿Qué música la que siguen? ¿Es el suyo un acto de celebración y de alegría? Los contemplo, en el silencio glacial y terrible de este sitio, y me detengo en el contorno vacío del ausente. Cierro luego los ojos. Sí, sólo una sombra soy, una apagada sombra. Y ave, ave negra sin memoria, que no sabrá nunca la razón de su caída. En silencio, siempre, y sin término la soledad, el crepúsculo, el exilio...

(1982)

martes, 15 de noviembre de 2011

Ecuador 2 - Perú 0, Eliminatorias Brasil 2014



Hoy recordé que dos eliminatorias seguidas iniciaron con victorias peruanas a Paraguay, pero finalmente fueron ellos quienes fueron al mundial, mientras que nosotros nos debatíamos al final de la tabla.

Hoy, en el primer tiempo hasta que fue bueno porque Ecuador parecía respetar mucho (al inicio) a la selección peruana, y luego buenas anticipaciones nuestras en la marca. Ya en el segundo tiempo fue un dominio total norteño y otra vez Méndez, acostumbrado a marcarle a Perú, abrió la cuenta. Fernández aunque poco exigido, cuando le llegaron le anotaron: seguridad cero. Retamozo quizá fue una agradable sorpresa. Al salir Farfán nos quedamos con 10 porque Advíncula es como si no hubiese entrado. La constante de siempre: Ecuador nos supera.

Felicitaciones a los vecinos ecuatorianos, ganaron bien.

Con dos partidos de visita perdidos y uno de local ganado, estamos al fondo de la tabla, algo a lo que ya estamos acostumbrados, como a ver los mundiales alentando a los vecinos.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Paris la nuit, Brassaï




La última muestra visitada en el Museo Oscar Niemeyer fue la del húngaro Gyula Halász (1899-1984), más conocido como Brassaï, pseudónimo que adoptó en honor a la ciudad en que nació, Brassó, en Transilvania (en aquel tiempo, todavía era Hungría).




Les mauvais garçons


A través de esta muestra podemos aguaitar -cual ayudante que le carga el trípode- la ciudad luz, Paris, a inicios del siglo pasado. No sólo las noches parisinas, también sus diversos habitantes, a plena luz de los postes, donde las sombras enmarcan elegantemente sus capturas, y además podemos adentrarnos en los diversos cafés y burdeles de la capital francesa. El lente espía de Brasaï parecía no tener límites, sin necesidad de acechar se movía como pez en el agua en ese mundo bohemio y desenfrenado. Da ganas de estar en Paris, en ese Paris que Brasaï supo atrapar.




La Tour Eiffel





Colonne Morris



Foggy Paris



Beautiful leapon



Pavés



Prostitute



Les Hirondelles



Chez Suzy



La Môme bijou







Sans titre



Kiki



Couple dans un café

viernes, 11 de noviembre de 2011

Animal Malbec 2008




Bodega Escorihuela; Tikal – Ernesto Catena; Animal, Malbec 2008; 13,7% Grad Alc; Godoy Cruz, Mendoza, Argentina.

Es difícil que un vino producido por Ernesto Catena no guste, y, aunque este Animal (¡vaya nombrecito!) no entusiasmó como los de la línea Alma Negra, está lejos de ser desagradable. Quizá el tema del precio, esa relación costo/beneficio (como se suele decir por aquí) o relación precio/calidad tenga que ver con que al final el disfrute no haya sido total. Y es que el vino en mención cuesta menos que un "Alma Negra", pero no obtienes lo que aquel te ofrece: goce. Por ejemplo, con un "Álamos" ese goce está presente al final, no sólo porque es un buen vino sino también porque cuesta mucho menos que este “Animal”. Las tres marcas mencionadas hasta aquí (Álamos, Animal, Alma Negra) tienen el sello del mismo productor.

Este es un vino que proviene de viñedos orgánicos, o sea que no hubo un proceso químico o sintético durante su elaboración, tierras que no son tratadas con herbicidas o insecticidas químicos. En viñedos ecológicos se opta, por ejemplo (y no necesariamente en los viñedos de esta casa), el uso de avispas para combatir las arañas que perforan las uvas, entre otros ingeniosos métodos. Es una ardua tarea ya que las diversas cepas pueden adquirir fácilmente una enfermedad que malogre la cosecha.

Este es un varietal (o sea una sola uva), pero un blend de terroirs. Las uvas provienen de cuatro diferentes viñedos: Agrelo, Tupungato, La Consulta y Altamira. Estuvieron 10 meses en barriles de roble, 50% francés y 50% americano.

Al vino: de un tenue violeta, no denota corpulencia, sus lágrimas también son tenues. Inicialmente su olor a frutas no es tan persistente, luego de mover la copa no hay esa explosión de aromas que esperaba en un malbec, ciruelas negras y no más. Ya al beberlo, es muy equilibrado, su acidez es casi imperceptible, en el retrogusto hay una rica sensación como a humo, a chocolate, un agradable amargor, pero esa agradable sensación no es duradera. No es alcohólico, a pesar de sus casi 14%, pero no hay esa sensación de sequedad, astringencia, es … suave. Se podría decir que es elegante, sí, pero a nosotros nos pareció que le faltó persistencia, personalidad, aún más con el nombre con que fue bautizado; quizá al ver la palabra “Animal” en medio de toda esa vegetación en el diseño de la etiqueta (horrible diseño, por cierto) esperábamos más robustez, algo más rústico, pero no, un vino elegante, con ese nombre, no encuadra. Quizá si le ponían otro nombre no me hacía esa idea. Ya no voy con el mismo concepto formado ante el “Brutalis” portugués, por ejemplo.

Pero sobre todo, esa mala relación precio/calidad es la que pesa al final para hacerse nuevamente de una botella de esta línea. Sin ser un mal vino, hay mejores opciones en ese rango de precio.

domingo, 6 de noviembre de 2011

L'avenir, Pinotage 2006



Laroche; L’avenir; Pinotage, 2006; 14% Grad. Alc; Stellenbosch, Sudáfrica.


Si por este lado del continente asociamos la uva malbec con la Argentina, el carmenere a Chile, el tannat a Uruguay, teniéndolas como uvas emblemáticas de esos respectivos países (lo que no significa que produzcan grandes vinos con otras cepas), lo primero que nos debe venir a la mente al mencionar la cepa pinotage, es Sudáfrica.

La pinotage es el cruce de las uvas pinot noir con la hermitage; de ahí el nombrecito. Michel Laroche es un tío perteneciente a una quinta generación de productores de vino; tiene tierras en la región de Chablis y en Languedoc en Francia, en los Valles de Casablanca y de Colchagua en Chile, y en Stellenbosch en Sudáfrica, donde cultiva y produce los vinos que llevan, además de su nombre, los símbolos característicos en la capucha de la botella: ojo, nariz y boca.

El vino: es de un violeta muy concentrado. En la nariz, inicialmente es algo amaderado, luego de mover la copa se percibe afrutado. Ya al probarlo se siente un dulzor, sensación muy efímera, y sólo se sintió en la primera copa. Cuenta con una muy agradable acidez, muy presente pero equilibrada. Es afrutado, con taninos bien estructurados y persistentes, de final mediano, dejando al final una clara sensación a café.

Acompañó muy bien unos pimientos rellenos con carne. El vino mejoró el sabor de la comida, acentuándolo. También, con el transcurrir del tiempo el vino mejoraba (ya no se sentía aquel dulzor inicial), y, lo más interesante: en ningún momento se percibía alcohólico, a pesar de su 14% de Grad. Alc.

Esta primera vez con la uva pinotage fue una muy buena experiencia.