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lunes, 10 de mayo de 2010

El tamaño de mi esperanza, Jorge Luis Borges




El tamaño de mi esperanza; Jorge Luis Borges; Ensayos; Edit. Proa 1926; Seix Barral primera edición 1994; Argentina.

Este libro es el segundo libro de ensayos del genial escritor argentino, y del cual no estaba nada feliz con haberlo editado. La primera edición data de julio de 1926 y sólo se lanzaron 500 ejemplares al mercado para nunca más ser re-editado. Su viuda María Kodama redacta, al principio de la obra, una sabrosa “inscripción” a manera de prólogo:

“Prologar un libro de Borges sería para mí una tarea inabordable por muchos motivos que no vienen al caso. Prefiero que esto sea sólo una nota explicativa para los lectores de Borges o para los que lo descubran a través de “El tamaño de mi esperanza”, que vio la luz en el año de 1926, editado por Proa, y al que desterró “para siempre” de su obra.
Como el Gran Inquisidor, a través de un donoso escrutinio, Borges creyó haber alcanzado su destrucción y el “para siempre” que (como el “jamás”) sabía que no les está permitido a los hombres.
Una tarde de 1971, después de recibir su Doctorado Honoris Causa en Oxford, mientras charlábamos con un grupo de admiradores, alguien habló de “El tamaño de mi esperanza”. Borges reaccionó enseguida, asegurándole que ese libro no existía, y le aconsejó que no lo buscara más. A continuación cambió de tema y me pidió que le contara a esa gente amiga algo más interesante; por ejemplo, nuestro viaje a Islandia. Todo pareció quedar ahí, pero al día siguiente un estudiante lo llamó por teléfono y le dijo que el libro estaba en la Bodleiana, que se quedara tranquilo porque existía. Borges, terminada la conversación, con una sonrisa me dijo: ¡Qué vamos a hacer, María, estoy perdido!
Todos estos avatares rodearon de misterio y de curiosidad a esta obra de la que abjuraba e hicieron que, de todos modos, circulara a través de nefastas fotocopias entre los que se creían integrantes de círculos de elegidos.”

(Fragmento)



Nos cuenta además que Borges -posteriormente- estuvo de acuerdo en que partes de esta obra fuesen traducidas al francés para la colección de la Bibliothèque de la Pléiade, tomándose este acto como un gesto de que la prohibición ya no le era importante.
Encontramos aquí veinte textos, siendo el decimocuarto “Acotaciones” subdividido en cinco pequeños textos. En el transcurso de la obra también se encuentra una redacción que quizá no se repita en las posteriores obras del autor: el uso del vocabulario y ortografía “criollista” (ciudá, seguridá, realidá, etc.). Kodama nos narra que estas palabras deliberadamente criollas fueron buscadas por Borges en un diccionario de argentinismos (debe ser el diccionario del Dr. Lisandro Segovia que data de 1911) según él mismo le contó.
La presente edición de Seix Barral viene ilustrada en la portada con la obra “Teatro Cívico” (1960) del gran pintor argentino Xul Solar (Oscar Agustín Alejandro Schulz Solari), amigo personal de Borges, quien incluso diseñó los pequeños “dragoncitos embanderados” que cerraban cada capítulo en la primera edición, según nota del editor. Fue una sorpresa muy agradable descubrir por la pintura de la portada a un gran artista como el argentino Xul Solar, de quien no sabía nada al respecto hasta antes de leer este libro. Me sigo maravillando - por la internet - ahora no sólo con esta sino con otras de su vasta obra. ¡Gracias Borges!


Teatro Cívico (1960) Xul Solar

En “Profesión de fe literaria”, último texto de la obra, Borges nos explica, con ejemplos, que toda metáfora debe ser una experiencia posible y la dificultad radica no en inventarla sino en “causalizarla de manera que logre alucinar al que lee.”
Nos cita entonces un texto que es parte de “Los peregrinos de Piedra” del poeta uruguayo Julio Herrera Y Reissig que no cumple este dictado y luego lo compara con otro del poeta, también uruguayo Silva Valdés:

Tirita entre algodones húmedos la arboleda;
La cumbre está en un blanco éxtasis idealista…


Borges observa:

“Aquí suceden dos rarezas: en vez de neblina hay algodones húmedos entre los que sienten frío los árboles y, además, la punta de un cerro está en éxtasis, en contemplación pensativa.
Herrera no se asombra de este duplicado prodigio, y sigue adelante. El mismo poeta no ha realizado lo que escribe. ¿Cómo realizarlo nosotros?
Vengan ahora unos renglones de otro oriental (para que en Montevideo no se me enojen) acerca del obrero que suelda la vía. Son de Fernán Silva Valdés y los juzgo hechos de perfección. Son una metáfora bien metida en la realidad y hecha momento de un destino que cree en ella de veras y que se alegra con su milagro y hasta quiere compartirlo con otros. Rezan así:

Qué lindo,
Vengan a ver qué lindo:
en medio de la calle ha caído una estrella;
y un hombre enmascarado
para ver qué tiene adentro se está quemando
/en ella…

Vengan a ver qué lindo:
en medio de la calle ha caído una estrella;
y la gente, asombrada,
le ha formado una rueda
para verla morir entre sus deslumbrantes
boqueadas celestes.

Estoy frente a un prodigio
-a ver quién me lo niega-
en medio de la calle
ha caído una estrella.


(Fragmento)

En este mismo ensayo, líneas más adelante, Borges versa sobre los “ripios” (palabras o frases usadas para forzar una rima en un poema), mencionando unos versos del argentino Leopoldo Lugones, haciendo una comparación con algo de sorna:

“Alguien dirá que el ripio es una condición del verso rimado. Unos lo esconden bien y otros mal, pero allí está siempre. Vaya un ejemplo de ripio vergonzante, cometido por un poeta famoso:

Mirándote en lectura sugerente
Llegué al epílogo de mis quimeras;
Tus ojos de palomas mensajeras
Volvían de los astros, dulcemente.


Es cosa manifiesta que esos cuatro versos llegan a dos, y que los dos iniciales no tienen otra razón de ser que la de consentir los dos últimos. Es la misma trampa de versificación que hay en esta milonga clásica, ejemplo de ripio descarado:

Pejerrey con papas,
butifarra frita;
la china que tengo
nadie me la quita…”

(Fragmento)

Por otro lado, el reconocimiento hacia la obra de Fernán Silva Valdés es tal que es con él quien abre los textos en el capítulo “Acotaciones”, calificando de “culta poesía criolla” su libro Poemas Nativos.

También, en este capítulo hay una reseña sobre la obra de Lugones: “Leopoldo Lugones, Romancero”, donde desde las primeras líneas Borges le dedica estas líneas:

“Muy casi nadie, muy frangollón, muy ripioso se nos evidencia don Leopoldo Lugones en este libro… (…) A ver amigos, ¿qué les parece esta preciosura?

Ilusión que las alas tiende
En un frágil moño de tul
Y al corazón sensible prende
Su insidioso alfiler azul.


Esta cuarteta es la última carta de la baraja y es pésima, no solamente por los ripios que sobrelleva, sino por su miseria espiritual, por lo insignificativo de su alma. Esta cuarteta inducidora, pavota y frívola es resumen del Romancero.”

Y el colofón de la reseña es categórico:

“Hoy, ya bien arrimado a la gloria y ya en descanso del tesonero ejercicio de ser un genio permanente, ha querido hablar con voz propia y se la hemos escuchado en el Romancero y nos ha dicho su nadería. ¡Qué vergüenza para sus fieles, qué humillación!”

Estas líneas, escritas a los 27 años, expresándose con la fuerza de quien lleva la verdad consigo, y refiriéndose de un poeta consagrado, que quizá sólo un argentino entienda lo que significaba Lugones en aquella época en el país vecino, y que ese mismo año recibió el Premio Nacional de Literatura: el Borges-Lugones de aquellos años debieron dar que hablar y mucho. Quizá tuvo hasta respuesta al “insolente joven”.



La otra cara de la moneda es la reseña en el mismo capítulo dedicada al español Rafael Cansinos Assens en “Las luminarias de Hanukah”, donde llega a transmitir la emoción con la que Borges se refiere por la obra de Cansinos “…cuya voz es clara y patética en perfección de prosa castellana…”

Los textos sobre la refutación de la rima en el Paradise Lost de Milton (el inglés Jhon Milton) en “Milton y su condenación de la rima” dejándonos la traducción de un rico texto de aquel libro; en “La balada de la cárcel de Reading” nos narra sobre la estética en la escritura de Wilde, así como lo autobiográfico encontrado en ella; en “Examen de un soneto de Góngora” desmenuza y analiza cada renglón de “Raya, dorado sol, orna y colora” donde juzga a su entender “sus aciertos posibles, y sus equivocaciones seguras, la de su flaqueza y su ternura enternecedoras ante cualquier reparo".

Borges incluye una “posdata” que inicia: “Confieso que este sedicente libro es una de citas: de haraganerías del pensamiento; de metáforas; mentideros de la emoción; de incredulidades; haraganerías de la esperanza.”
(Fragmento)

Encontramos en este libro a un joven Borges quien nos entrega sus opiniones sobre sus gustos literarios y también lo que le disgusta; su apego a lo “criollo”; su preocupación sobre el lenguaje en los textos “El idioma infinito”, “Palabrería para versos”, “La adjetivación”, “Profesión de fe literaria”; y lo que personalmente valoro más: nos muestra un universo de escritores, desde la perspectiva de un genio, los cuales, luego de saber de ellos, nos queda a nosotros sacar nuestras propias conclusiones en futuras lecturas.

4 comentarios:

Fernando Romero dijo...

Hola "manigna" no esncotré tu nombre en tu sitio ni tu correo electronico, escribeme a mi correo para darte las instrucciones para insertar videos en tus entradas al blog mi correo es cubrebocas@gmail.com
saludos.
Por cierto, felicidades por tu blog es muy interesante

Manolo Malpartida dijo...

Gracias Fernando, ya leí tu mail. El fin de semana practico. Gracias por la atención y la información. Tu blog también está para quedarse un largo tiempo leyendo lo que subiste. Un abrazo.

Anónimo dijo...

acabo de encontrar uno de esos 500 ejemplares de "el tamaño de mi esperanza".

Manolo Malpartida dijo...

Pues vaya joyita con la que te deparaste. Yo sólo la encontré una vez (el libro del post) para nunca más verla por ningún lado.

Dicen que a veces los libros son los que nos encuentran.

Abrazo!

Manolo.